I Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"


© de las antologadas

Imagen de tapa: Óleo El lazo, de María Victoria López Severín

Esther Andradi (Alemania)



(Ataliva-Santa Fe-Argentina)(Berlín-Alemania).
Periodista cultural en revistas, radio y televisión.
Libros publicados: *Tanta vida, *Sobre Vivientes, *Ser mujer en el Perú, *Chau Pinela, *Come, éste es mi cuerpo, *Vivir en otra lengua y *Berlín es un cuento.


Chau Pinela.


Te ofrecí mis fantasmas, mis muñecos de cera, mi muselina líquida. Te invité a recorrer el camino que hacen los magos, mitad brujos, mitad hombres, en las lagunas blancas que nacen al pie de los abismos. Te prometí construir un desierto grande grande, con arena líquida que vive en las alturas, donde no hay dios, ni hombres, ni nada.
Te invité a caminar el interior de nuestros secretos, las fantasías inmensas que guardamos en el rincón, volvamos a la panza de mamá, te dije, y yo presentaré mis animales de lujo: serpientes aladas, chanchos verdes, elefantes niñas. Y a lo mejor también algunos zorros, pero te lo advertí: Esto es más difícil.
Te invité a presenciar los aluviones, los que tienen un padre poderoso, violento y cadavérico, que un día entran en cólera, se resbalan por sus faldas, y le dicen “chau” al padrecito, en un acto de liberación y de muerte.
Te invité a los senderos de mentiras y trampas, siempre tan elocuentes y misteriosos, derritiéndose en las tierras de Camaná, donde sólo crece la hierba buena.
Te invité a todas las islas, incluso aquella que está a un costado del barranco, mitad cielo, un cuarto de luna y otro tercio de jazmín.
Te invité al agua, al azul, a la magia. Estaba dispuesta a descubrir todos los ritos para ti. A regalarte mis años buenos y comprar tus días malos, a entregarte los capullos de algodón del que crece junto a las colinas y escalinatas del templo después del maremoto. Te prometí alimentar con aceite de sésamo y cacao del Alto Camerún, ensaladas rociadas con uvas de Marcapasos y alumbradas con velas de Oriente. Te ofrecí todo el sueño, la esperanza, el color del sol en los crepúsculos, las nubes diminutas que desaparecen si se habla de ellas, el miedo, la inseguridad, elegir las constelaciones a la intemperie de un camión que recorre las montañas en invierno, proteger las espigas de trigo y algunas otras cosas más.
Y tú dijiste: No, gracias.
¿Qué será de ti, pedacito de albahaca, corazón de espejos, río de zumo de limón? ¿Qué será de ti, concha de nácar, caracol de betún, musgo de otoño? ¿Qué será de ti sin mí? ¿Qué será de ti sin la esperanza en mí? ¿A quién entregaré mis animales, mis pasos, mis caminos de caracoles, mis sombreros?
Así triste me quedaré, payasito sin circo, calavera de verano, maldito el mundo, mi corazón de espejos. Malo eres tú, pedacito de hierba buena, se terminó mi ternura, me creció una ortiga en la oreja. Y ahora debo pagar a las diosas por haberme equivocado.
Tengo una deuda grande con mis diosas ahora. La eternidad capaz me castigue. Pero no podrás, corazón de vidrio, yo me voy a lavar tu imagen de mi cara, y tendré que rescatar todos los tiempos para entregárselos a los duendes que habitan en las cuevas de Chapín, mientras los hombres duermen en Berlín. Sí, mi querido, mi sueño de dieciséis milímetros. Nunca más, mi amor. Nunca más.
Y bien. Podría decir que no me importa, que total soy libre, que fue mi decisión, que cualquiera podrá amarme más que tú, pero no. Esta tarde me voy al monumento a la guerra. Me quedaré allí por un minuto, oliendo el orín de los muchachos que beben alcohol por las mañanas, y el semen contra las mujeres que no se preñaron en la noche. Y allí voy a parir mi hijo. Un gusano de veintinueve piernas y una muleta, a quien le crecerán alas para ir a la escuela en otoño, y se educará como corresponde en las escalinatas del Foro, en Roma, donde conozco a alguien con experiencia en la educación de gusanos con muletas. Y seré feliz, con mi hijo de piel arrugadita y pechugona, de poros delgados y cataratas internas; que yo cuidaré de sus sudores y evitaré que otros intenten hacerle bromas pesadas echándole sal para disolverlo; que le compraré zapatos de lona en la KDW y un chupete de seda de Ceilán para las noches de pesadillas.

Vámonos, gusanito precioso, ya no tenemos nada más que hacer por aquí.

Silvia Delgado Fuentes (España)


(Sopelana-Bilbao-España).
Poeta y promotora cultural.
Libros publicados: *Pese a todo, *No está prohibido llorar con los supervivientes y *Canción inútil para Palestina.


Inmaculada

I

No, no son puros mis labios
porque alguien los ha besado.

No.

*

Les arrancaron, a golpes de lametazos,
el silencio que mata.
Rotos clavaron el horror
en su garganta,
rotos temblaron, ausentes,
mojados de barbas obscenas,
rotos sintieron vergüenza,
rotos dejaron hacer
y morder
y rasgar
y romper.

Rotos, simplemente rotos.

Alguien sin nombre,
merecedor de ninguna lástima,
se llevó los besos guardados
para noches de amor y de calma.

II

No, no son puras mis manos
porque alguien las ha sujetado.

No.

*

Sólo un rasguño en su rostro,
un zarpazo de fiera atacada,
unos brazos de cristal que se atrincheran.
Sólo un rasguño en su rostro
que enciende, más aún, la lujuria desatada.
Sólo un rasguño en su rostro
que excita el sexo deforme
y logra que le vengan de nuevo las ganas.

III

No, no son puros mis pechos
porque alguien los ha tocado.

No.

*

Desgarró la camisa de lino
para ver mis pechos punzantes
mordió los pezones con brutal aspereza,
que, heridos, sangraron
en aquel festín solitario.
Y mientras bebía de mis cálices
el vino del dolor y la desgracia
yo repensaba mis sueños
para hacer con ellos jirones
que me remendaran el alma.

IV

No, no es puro mi sexo
porque alguien lo ha profanado.

No.

*

Golpeó mi himen
con su falo bestial.
Lo partió sin pudor.
Jadeante, embistió.

Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.

Ni gritos, ni llanto.

Una y otra vez.

Su sexo buscaba placer,
buscaba a quien someter.

Y allí estaba yo,
sintiendo a aquel bárbaro
quemando mi piel.

Allí estaba yo,
abandonada por dios,
recibiendo el semen maldito
de quien arruinó mi candidez.

V

No, no es pura mi espalda,
porque alguien clavó en ella sus garras.

No.

*
-No hables,
-no cuentes,
-no digas una sola palabra...

Recogió su pene cansado,
se limpió las babas,
me dio un puntapié
y se marchó como si nada.

Sobre el suelo, una joven violada.
Sobre el suelo, un cuerpo desnudo.
Sobre el suelo, un llanto secreto,
un recuerdo de miedo,
unos pechos que supuran,
un púbis que derrama.

Sobre el suelo,
con la esperanza dándome la espalda

VI

No, no son puros mis pies
porque alguien sepultó el camino por el que transitaban.

No.

*

Sin brújula, ni mapas,
desean andar
hasta el mañana
pero en el aire queda
un aroma de náusea
que agarrota mis pasos
y hace que tropiece
una y otra vez
con el recuerdo nómada
de aquella noche de infamia.

VII

No, no son puros mis pensamientos
porque alguien los ha ensuciado.

No.

*

Labios, manos, pecho, sexo,
pies, espalda, nuca, pensamientos.
Todo es impuro en mi cuerpo,
todo es sucio, despreciable.
Soy un bazar de miserias,
una vestal culpable por dejar apagar el fuego,
culpable de los deseos ajenos,
culpable de la violencia de género,
culpable del dolor,
culpable por ser mujer y no oponer resistencia,
culpable por caminar sola en noches sin luna llena,
culpable porque mis gritos se confundieron con los cantos de una verbena,
culpable porque mi llanto no conmovió a la bestia,
culpable porque mi cuerpo no sació su sed enferma,
culpable por dejarlo ir, triunfal, a su próxima guerra.

Mujeres de adobe,
cuencas vacías, manos sin huellas,
voz que no cuenta, geografías en venta.
Mujeres de petrificada memoria
que perdieron el cielo, las raíces,
las miradas, las protestas.
Mujeres en alcobas con cadenas,
mujeres tendidas, con las piernas abiertas,
el amor es ciénaga sólo de poetas,
el amor es invento de soldados y de doncellas.

Estas mujeres que se esparcen
en colchones apátridas,
que se hacinan en cuartos
donde llueven carencias,
que aguardan bofetadas y se alimentan
de mucha agua, poca sal y menos harina,
estas mujeres víctimas
de la maldad y de la pobreza,
soportan, desde que se despiertan,
la invasión implacable del cuerpo
y tratan de reunir hebras de esperanza
con las que defender su vida
a pesar de las afrentas.
Estas mujeres,
convertidas en carne de oferta
se maquillan sin espejo,
creen en dios a pies juntillas,
mientras las embisten,
se aferran a la cruz
y piensan que para ellas
la vigilia es su peor pesadillla.

Carmen Julia Holguín Chaparro (México)



(Chihuahua-México)(Albuquerque-Estados Unidos).
Ayudante de Cátedra Departamento de Español Universidad de Nuevo México.
Libro publicado: Ecografía septentrional.


Dios te salve María

I

Dios te salve María
de la noche infinita,
del silencio asfixiante,
de la palabra ultrajada.

Dios te salve María
del miedo de los otros,
de la negligencia de algunos,
de la indiferencia de tantos.

Dios te salve María
de la oración que no se reza,
de la acción que no se hace,
de la protesta que se calla.

Dios te salve María
de mi ausencia,
de nuestra distancia,
de su presencia.

II

Dios te salve María
y te libre de desgracias.
Mi corazón está contigo;
bendita tú eres,
como todas las mujeres
y bendito es tu vientre
con fruto o sin él.

III

Dios te salve María,
incluso
de tus mismo salvadores.



Libertad

Para Mary W.

Asumo por mi cuenta
el derecho que me niegan las historias
y rechazo
alimentar mis horas y mis ansias
con la manzana de Adán.

En su lugar
tomo la fruta prohibida
para jugar con ella al tiro al blanco
con el arma
que me dé más placer.

Nadie se atreva
a juzgarme,
a medirme con ninguna vara,
a aventarme ninguna piedra.
Yo pago el precio de mi estirpe
en dolorosas cuotas lunares
y me he ganado
mi tajada de libertad.

Plegaria

Me arrebataron mi nombre en el desierto
Juan,
garras de odio
me lo quitaron a jirones
y lo arrojaron entre los médanos congelados
de una noche sin luna.

Me lo hicieron pedazos
en medio de un silencio de siglos;
de horas infinitas
cargadas de dolor y humillación
ante cada sílaba ensangrentada
que se perdía en aquella oscuridad maldita.

No pude defenderlo
Juan,
maniataron mi aliento,
vendaron mi corazón,
amordazaron mis manos y mis piernas
y me lo arrancaron de a poquito,
disfrutando el despojo.

Cuando el sol despertó entre las dunas
me encontré sin nombre
y empecé a sentir el frío
que me abraza los huesos
y que no me deja incluso ahora,
a pesar de esta sábana blanca
que cubre los restos
de mi carne desorientada.

Estoy muy sola sin mi nombre
Juan,
durante días han desfilado
frente a mi rostro de cuencas vacías
mi padre y mi madre
y no han podido llamarme hija,
mis hermanos
y no han podido llamarme hermana,
mis hijos
y no han podido llamarme madre
porque no tengo nombre.

Tengo miedo del silencio eterno
Juan,
de que nadie pueda
volver a pronunciar mi nombre
desbaratado sobre la arena
que ahogó mi sueños.

Sálvame
Juan,
Nómbrame Ana, Luisa, Rosario
Yolanda.

Bautízame
Juan,
Llámame Clara, Rebeca
Lucía.

Ayúdame a decir presente
cuando Dios llame a todos sus hijos
por su nombre.

Lamento.

Rosario me dijo adiós con la mano;
sus dedos agitándose en el viento oscuro
son la última imagen que me dejó
después de esa mañana de sonrisa adormilada
Ana nunca volvió a casa,
la siguiente vez que vi sus manitas aterradas
Lorena estaba en la morgue,
reconocí a mi princesa de los domingos
por el anillo con su nombre: Demetrio.

Por lo demás,
aquel cuerpo informe
no me decía nada de aquella Elena de cantos
lavando la ropa en el patio de la casa,
no me hablaba de aquella chispa
que encendía la soledad.

Por lo demás,
aquel rostro ciego
no me miraba con los ojos de mi Lupita
frunciendo el ceño para llamarme la atención
cuando algo no le gustaba.
Por lo demás,
no parecía el cabello de mi Antonia
tan lleno éste de arena, de ramas secas,
de basura entremetida a la fuerza en aquél,
el de Rosa, tan peinado y brillante siempre
para lucirlo como a ella le gustaba
sobre su espalda, siempre derecha
a pesar del cansancio
por las largas jornadas en la maquiladora.

¡Ay! una madre no imagina nunca
cuando su bebé de 18, 24, 30 años
le dice adiós con su mano en el viento,
que jamás la volverá a escuchar
llegando del trabajo
dejándose caer en el raído sillón de la sala
cerrando los ojos a voluntad
para descansar unos segundos.

Una madre no puede pensar nunca
que su chiquita no volverá a cruzar el umbral
para darle uno de esos abrazos de sol
que entran con ella.
Una madre no entiende
el cuerpo inerte de Gloria sobre la plancha,
la cabeza de Sonia con las cuencas vacías,
el pecho de Andrea sin sus senos de niña.

Una madre que vive este mal sueño
jamás despierta de la pesadilla...

Juana me dijo adiós con la mano
y sonreía.

Amanda Pedrozo (Paraguay)


(Asunción - Paraguay). Periodista, poeta, narradora.
Directora del Diario El Popular.
Libros publicados: *Las cosas usuales, *Mal de amores, *Mujeres al teléfono y otros cuentos.


La boa.

-El nene, mamá, el nene.

La madre espantó los mosquitos de un manotón que dejó su marca en la pielcita morocha. El nene ya no podía llorar y porfiadamente se prendía al pezón aguado y dulce que se hamacaba y pegaba un salto cada vez que se le escapaba de la boquita caliente. Pero el nene comenzó a respirar como desde el fondo sin retorno. En ese momento justo la madre, desde la orilla de los camalotes y de los helechos inclinados se agarró con fuerza a su determinación y vio entre el verde oscuro y los pétalos del agua la cabeza tremenda de la serpiente que se comía a su hombre (después había contado que segundos antes él había estado tirando la liñada aunque sin esperanza, que por eso ella sólo se dio cuenta cuando ya no podía hacer nada sino salvar a sus criaturas y salir disparada del horror).
La niña leyó la desesperación en los ojos de la madre y en esa lengua que le salía apretada y extraña cuando ocurrían esas cosas le dijo:
-¿Mba'e pio pasa ya otra vez, mamita?
La madre extendió el brazo y señaló la sombra en la noche líquida, se escuchaba claramente el enloquecido plas-plas debajo de las hojas y el aroma se desprendía sin contención hacia el viento. La naricita del nene se estremeció buscando la parte menos fría del aire para seguir viviendo. La niña miraba quieta la laguna inmensa que era como un brazo del río que se oía tan cercano y se sintió atrapada de los brazos y retorcida por la madre que empezó a correr con la cabecita del nene bamboleando sobre su hombro derecho. La niña miraba hacia atrás y notó los círculos de luna alrededor de los manchones lechosos que semejaban estrellas en el agua. ¡Qué lindas las flores para llevarle a la
Virgen de Caacupé!, pensó, mientras empezó a correr detrás de la madre desprendida de ella o estironeada, ya daba lo mismo y se entretuvo con la idea del ramo de yrupe a los pies de la imagen, justo tocándole el borde del vestido azul a María madre mía y protégenos con tu manto. Pensó en los tallos chorreando savia espesa en sus manos mientras respondía ordenadamente las preguntas que le iba haciendo el karai comisario, porque en ese momento la madre lloraba con la cara seca y no podía responder nada sino repetir cansada que la boa salió del fondo, que ella calcula que habrá venido de la orilla del mismo río (porque allí suele haber, dijo con esa memoria que se guarda en los ojos) y que en ese mismo momento se estaba comiendo a su hombre con liñada y todo, y qué voy a hacer Dios mío sin marido y con siete inocentes que me van a pedir que comer y seguro encima mi única nena ésta que ve acá señor autoridá me sale puta como su abuela y el nene luisón porque es el séptimo hijo varón, ay Dios mío qué habré hecho, qué voy a hacer ahora y a lo mejor si se van enseguida le pueden sacar de la barriga de la víbora vivo antes de que se convierta en mierda de kuriju, si Dios y la Virgen permiten (tuvieron que subir la cuesta, tuvieron que pasar por el patio de Luciana Baltazara, pisar sus ranas y sapos y esquivar los gansos filosos y el relincho de los corrales hasta el alambrado de púas y el barranco y la orilla donde oyeron -aún- el chapoteo).
"... ante mí la testigo, Luciana Baltazara Martínez, paraguaya, 44 años, soltera pero amancebada según hace constar, domiciliada en las inmediaciones del lugar del hecho, dijo que a las 23:45, siendo el día 22 de febrero del corriente año, vio pasar en estado de aparente agitación a su vecina nombrada como
ña Desí, a quien conoce por ese nombre solamente y por ser su marido don
Eusebio Lezcano, pescador como ella. Siguió explicando la testigo que con su hijo menor Leoncio, de 14 años, vieron que tras la citada ña Desí iba corriendo su hija Viviana y agregó que la mujer llevaba en brazos a su pequeño hijo de meses cuyo nombre no sabe pero dice sospechar que la madre por simaspena ni siquiera le hizo bautizar todavía.
Concluido lo cual, agregó que ella salió gritándole con su menor hijo Leoncio por si precisaba algo, pero que su vecina y la hija siguieron corriendo sin parar como perseguidas por el diablo lo cual a su entender no sería extraño, pero sin responderle ni una palabra, y que la niña Viviana llevaba algo blanco en las manos, que a ella le pareció que eran flores pero su hijo el citado Leoncio la contradijo diciendo que era el pañal de su hermanito.
Preguntada sobre si quería agregar algo más, la testigo dijo que no tiene la seguridad pero que en realidad hacía meses no veía a su vecino el pescador y que oyó rumores pero que no piensa hablar de eso porque no viene al caso y tampoco le gusta quedar como chismosa, que lo único que puede decir con seguridad es que ña Desí es una madre sacrificada porque no tiene más remedio, que le consta que a veces hasta se ofrece para labores domésticas o carpido de patio, y que ella en persona suele comprarle algunas piezas de mandi'i para aliviarle la vida, porque nota que sus hijos no tienen ni qué comer.

Concluida la declaración de la testigo, comparece quien dice llamarse Santa Viviana (11 años), paraguaya, soltera, la menor hija de doña Desideria de
Lezcano, en carácter de denunciante. Asegura que una boa apareció en la orilla de la laguna y que arrastró al marido de la madre, "mi mamá me gritó porque a mi papá ânga le comió la kuriju kakuaa, me dijo que tenemos que correr y escuchamos el ruido cuando le rompía toditos sus huesos", aseguró la menor, quien dijo que hablaba ella en nombre de la madre, en consideración de que ésta se encuentra en crisis nerviosa desde el momento en que vio en vivo cómo el animal nombrado como boa o kuriju salió del agua y devoró a su marido.
La denunciante en este punto aclara que el supuesto hombre devorado no es su padre de sangre, sino su padrastro.
Tras lo cual el personal policial a mi cargo se trasladó al lugar de los hechos en fecha 23 de febrero del mismo año y a las 02:30.
Agregado a lo cual, da fe de todo lo dicho por la denunciante el informe del suboficial Antonio Galeano y el conscripto Eusebio Peralta, quienes fueron los primeros en llegar a la laguna citada como Aguapé, porque encontraron a la ahora viuda y a su menor hija cuando ambas iban corriendo a pedir auxilio en la comisaría, y para acelerar el socorro fueron con ellas de inmediato al lugar. Aseguran los primeros intervinientes Galeano y Peralta, que pudieron comprobar que un cuerpo humano estaba siendo devorado por una boa, lo que no pudieron evitar por haberse sumergido el monstruo en momento de ver a ambos, con la mitad del infortunado ya en su interior y el resto, es decir las piernas (una de ellas todavía con bota de goma y la otra descalza) pateando en estado aparente de desesperación. El suboficial Galeano informa que logró tomar una foto del momento que la kuriju a la que describe como la mayor que haya visto en su vida, se sumergió tragándose lo que quedaba de la víctima, o sea, el señor esposo de la denunciante, y que ésta en ese momento estaba en la orilla, viendo todo, gritando y con su criatura en brazos. La hija de la infortunada supuesta viuda también se encontraba en el lugar, juntando flores de camalote y sin hacer caso del llanto de su madre.
Siguió relatando que en su oportunidad presentará la foto de referencia, cuando así le requiera el juez y si le pagan el revelado porque el último dinero que tenía en su poder lo invirtió en la compra del rollo y que además sólo le quedaba una pose dado que por orden de su inmediato superior tuvo que tomar fotos en el cumpleaños de 15 de la hija del señor comisario.

La madre reemplazó la vela derretida apagando con dos dedos la llamita, alisó con la palma de la mano el sebo que había forrado casi del todo la botella de caña y metió en la hamaca de trapo al nene, envuelto como un cigarro y eructante. Antes de dormir la madre acomodó las bolsas de víveres, las ropitas todavía atadas con piolín, las cajas de velas y fósforos que les trajeron los vecinos y las damas devotas de la parroquia apenas se enteraron de su desgracia. Antes de dormir las dos se sentaron a comer el guiso de mondongo con mandioca que les acercó ña Luciana Baltazara esa noche. La niña ubicó su ofrenda de flores a los pies de la pequeña imagen de la Virgen y la madre chupó el resto de la leche azucarada que había quedado en el biberón y se frotó los pezones con un poco de sebo de la vela, para que no se me cuarteen, dijo despacito. Antes de dormir el nene sonrió por un costado de la boquita. La niña le bordeó con el meñique el hoyuelito: -barriguita llena corazón contento -y apenas se le oía la voz.
-Vos callate estúpida (la madre creyó que la niña estaba hablando de la boa. -Mediante eso ahora tenemos para comer -la niña la escuchó pero se fue durmiendo pensando que si el nene se moría de la fiebre le llenaría de
pétalos blancos todo el cajoncito y estaría tan lindo con su sonrisa de barriguita llena quieta a un costado de la boca y también le regalaría el rosario blanco y la velita de su primera comunión, para que vaya al cielo de los angelitos morochos listo para cuidarla a ella y a la madre desde la nube rosada más linda que hay (esa noche se soñó a la orilla de la aguada, con las manos chorreando savia mientras un niñito de boquita caliente se le iba muriendo entre los pechos aguados y su niñito repetía sus ojos y la misma cara del hombre que estaba siendo devorado ante sus ojos por un tremendo jaguarete y ella sólo podía ver ya los pies de su hombre porque el resto era arrastrado a jironazos entre los altos yuyales de la orilla de la laguna inmensa).

Sylvia Riestra (Uruguay)


(Montevideo - Uruguay). Poeta, ensayista.
Libros publicados: Pliegos de arte y poesía, Delmira y su mundo, Estruendo mudo, Ocupación del miedo, La casa emplumada, Entre dos mares, Palabras de rapiña.


reformas

quién sería más feliz
con una pared aquí
desde dónde atrapar el sol
que no se escape el día ni el calor
plantas reductos refugios terrestres
rejas contra las pesadillas
¿cuántos cuartos? ¿más hijos?
integrar la cocina: esa química del equilibrio
- crecimiento embriaguez fastidio –
una escalera alta
un descanso amplio para la madre
para que recuerde su cara sus paréntesis
que repase sus costurones su perímetro
las líneas de su horóscopo
el espacio de la madre
tan fácil tan dulce de penetrar de invadir
tan cómodo para todos
difícil transformar la realidad
el papel es menos conflictivo
y se lo lleva el viento


secretos de familia

I

Hay una forma de no estar
en las mujeres de algunas familias
todas o casi todas
unas más otras menos
tienen un cierto aire
de abstracción de fuga tangencial
es un cromosoma
que crece debajo de las alas
en el caudal del apuro
en la ausencia de los ojos
en ciertos gestos
y sobre todo
en larguísimas conversaciones
sobre nada
se manifiesta en la adolescencia
- o antes -
se trasmite cristianamente
en forma de virtud
de renuncia o de resignación

a veces puede mutarse en rebeldía
otras en vocación
pero no es difícil oír
el esfuerzo colectivo familiar
- solidario o cómplice -
para acallar ese cromosoma
que sangra y no se detiene


mujeres

son tantos los obstáculos
para llegar a ese lugar pequeño solitario

mujeres de tez oscura
cuidan una fuente que allí nace
o lo que de ella brota
o sus alrededores
o su propio cuidado
y no se sabe si es fuego agua piedra
o tan sólo aire

pero las mujeres
cuidan velan encienden sostienen


“Pesadora de perlas”


a Vermeer

parece tan serena segura
tan delicado sencillo el gesto
¿será una pose?
¿acaso una intención del pintor
de verla de engañarse
de retratar un ejemplo
doblegar una naturaleza?

por más que me empeñe
no alcanzo su pulso
ni mis manos
la dignidad de ese equilibrio

- platillos con perlas -

en uno pondría
la preparación inexcusable del plato diario
la exigencia de ánimo
el cumplimiento impostergable de horas destinadas
sílabas infantiles emergentes

y en el otro,
la conciencia de este vaivén
la reinvención del cuarto propio
la palabra que diera dimensión
de este desafuero

sucesivos
un platillo baja y otro sube
desbordantes inestables
acompasando
los requerimientos del instante
las voces propias las de los otros
la misma gravedad

reparto difícil conflictivo acusatorio
y para el que no hallo
sistema preciso ni aproximado de medición
ni punto medio ni fiel
ni compatibilidad
sino un nuevo sucesivo sentimiento de culpa
a cada inclinación

En la pared de atrás
se desarrolla una escena del Juicio Final
¿ cómo se pesan las almas ?
ella pesa perlas tan sólo perlas

Pilar Romano (Argentina)


(Corrientes, Argentina) Poeta, narradora, periodista cultural.
Ex Secretaria de Cultura de la Provincia de Corrientes.
Libros publicados: *Inocencia Plenaria, *Azahares y fantasmas, *La plaza de los naranjos, *Tiempo de lavar.


La otra campana.

Una de las campanas sonaba diferente. Su tañido era violento, vivo, casi febril; no se asociaba con el ruego, la celebración o el lamento. Parecían haberse fundido en ese sonido la agonía y el rescate. No era fácil identificar a la campana irreverente. Sólo de a ratos, cuando sonaban unas pocas, era posible distinguir a la que pendía de un árbol pequeño, empeñado en florecer tempranamente.
…vengo a hablar de algo importante con usted, Doña Eulalia. La mujer había quedado atrapada entre la sorpresa y el temor, ante la visita de la maestra. –Inés tiene que seguir estudiando; a fin de año termina la primaria y sería una pena que se quede ahí. Es inteligente, disciplinada, sabe distinguir cuáles son las cosas importantes… no es fácil encontrar una chica así. Yo me sentiría culpable si no hiciera todo lo posible para que empiece la secundaria. Es el destino de Inés el que está en juego, Doña Eulalia.
Es el destino de Inés… esas palabras de la señorita Martha -¡qué linda era!- siempre le volvían a la mente; le parecía que las veía escritas, escritas en rojo y negro y la invadía una oscura envidia hacia sus hermanos. Porque su madre había respondido que no podía ser… que su hijo mayor ya estaba en la secundaria y al menor le faltaban dos años para empezar… que ella estaba sola para criar a los tres y alguien tenía que empezar a ayudarla…
-Inés Portillo, vaya usted a tocar la campana de recreo- dice la directora en tono casi pontificio al pasar por el aula del 6º A, al recordar que la portera se había retirado. Inés se sintió gratificada, distinguida. Miró a la señorita Martha y luego de su asentimiento irguió los hombros y bajó la cabeza para observar las tablas de su guardapolvo -¿por qué quedaría tan azul después de aquel enjuague que le daba su madre?-, se miró los zapatos: no estaban ni bien ni mal, algo gastados pero limpios. Y sus pechos ¿cuándo se harían notar, como en la mayoría de sus compañeras? Es que en ella todo tardaba en insinuarse o no se insinuaba nunca. Se sentía yendo adelante porque sí, sobre arenas movedizas. Los demás no le impedían existir, pero ignoraban su existencia. Los elegidos habían sido siempre los otros.
De algún modo, la designación de la directora la transportaba de la nada a la popularidad, sin escalas. Sintió ganas de orinar, sin embargo, salió del aula caminando con firmeza, esta vez, sobre tierra firme. Sería ella, Inés Portillo, quien diera la señal para que los alumnos y maestros de toda la escuela salieran al recreo. Y por elección de la directora.
La campana sonó con tañido débil. Aún así, los chicos irrumpieron en galerías y patios como si acabaran de librarlos de ataduras y mordazas.
La campana estaba en el pasillo de entrada. Allí quedó Inés, confusa e inmóvil, orinándose casi, mirando cómo el flaco del 6º Grado B la hacía sonar desmañadamente. Alguien se había adelantado a la orden del la directora, justo ese día. Pero Inés no quiso tenerse lástima, no quiso que los demás la miraran con los ojos piadosos con que ella se miraba. Fue apenas un instante, un lapso brevísimo en el que se produjo la mezcla de extraños elementos generadores. Y nació una nueva Inés.
Volvió al sector del aula soplándose las manos, como si le ardieran por tanto repique. Y con una actitud nueva, desconocida, se plegó a las corridas y a los empujones, como queriendo embriagarse de gente y de ruido.
-Che, ¿quién habla con la directora para que nos “larguen” un poco antes, así vemos el partido de la selección? Y era ella, aunque le hubiera correspondido a uno de los varones, la que se animaba. Se había convertido en un espejismo, sustituyéndose por una imagen. Logró disimular tanto su sentimiento de inferioridad, que creía haberlo abolido. Pero en algún rincón en su interior, sobrevivió siempre aquella niña atónita, de manos pequeñas y busto liso, mirando cómo el flaco del 6º B hacía sonar “su” campana.
Al final, su hermano menor quiso ser cura, pero no duró ni dos años en el seminario. “Fraile rebotado” le decían en el barrio. El otro llegó a maestro mayor de obras y se casó enseguida. Fue tarde para las ilusiones de Inés, pero no se dejó estropear por el zozobrante y desvaído clima familiar. Las palabras de la Señorita Martha, “es el destino de Inés el que está en juego”, se habían hecho fantasmales, lejanas, como si hubieran sido pronunciadas durante una guerra, temida, quizá, por invisible.
-¿Vieron que Inés no falta a ninguna de las reuniones?
-Ni a las asambleas-
-No habla, pero siempre está-
También iba a las marchas, asambleas y manifestaciones del gremio docente. Estas últimas elegían casi siempre la plaza ubicada frente a la casa de gobierno como lugar de concentración. Desde allí hacían oír sus reclamos a las autoridades de turno.
-Che, mirala a la portera, no se cansa de tocar la campana, no deja que la reemplacen- comentaba uno de los organizadores de la manifestación. Habían colocado campanas en los árboles de la plaza, haciéndolas sonar en forma ininterrumpida, relevándose unos a otros.
Inés parecía enajenada, tirando y tirando de la soga. Sus compañeros la rodeaban, admirados, alentándola algunos, otros instándola interrumpir su incansable repique. Las flores tempraneras del arbolito parecían caer desmayadas al piso, agobiadas por la contundencia del mensaje.
El tañido de aquellas campanas transportaba miles de pedidos y esperanzas.
Y la revancha tardía de Inés.

Norma Segades - Manias (Argentina)



(Santa Fe, Argentina) Poeta, narradora, ensayista, periodista cultural.
Directora de Gaceta Literaria Virtual. Directora de Editorial Alebrijes.
Coordinadora Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"
Libros publicados: *Más allá de las máscaras, *El vuelo inhabitado, *Mi voz a la deriva, *Tiempo de duendes, *El amor sin mordazas, *Crónica de las huellas, *Un muelle en la nostalgia, *A espaldas del silencio, *Desde otras voces, *La memoria encendida, * A solas con la sombra, *Bitácora del viento, *Historias para Tiago y *Pese a todo (CD)


Ana Soto.

Venezuela (Barquisimeto)

Llevándose a la muerte las letras de su nombre verdadero, la cacica Ana Soto, jefa de los indómitos cámagos y gayones que lucharon bajo su mando contra los encomenderos españoles en defensa de libertad y territorio, ha sido condenada a morir por empalamiento. En Barquisimeto, amanecía el días 6 de agosto de 1668.

No aullaré de dolor
pariré al viento mi grito de guazábara,
mi grito de guerrillera indómita, salvaje,
condenada al tormento de la carne horadada por una pica abrupta
antes que por ser odio,
por ser hembra;
y por haber alzado rebeliones contra el agravio de sus encomiendas
ávidas de cosechas,
de terrones,
de espaldas doblegadas bajo el látigo que traza cicatrices,
nervaduras,
sobre las desolladas obediencias.
Me llaman Ana Soto,
la cacica con dos mil voluntades a su mando escindiendo grilletes,
eslabones.
Me llaman Ana Soto,
la insurgente,
sentenciada a esta muerte,
a esta deshonra de vértices,
de crestas sin fronteras,
a esta muerte alevosa,
a esta muerte,
de coágulos oscuros,
de estertores rodando entre los muslos afiebrados,
arrastrando las letras de mi nombre entre los ecos de sus carcajadas que huelen a inmundicia y a blasfemia.
No aullaré de dolor.
Morderé el labio hasta dejar las huellas de los dientes en el hueco amarillo,
en las espiras,
en la médula misma del silencio
en las esferas rotas del olvido donde he de redimir tanta tiniebla;
desafiando el olor de la derrota a pura luna,
a voluntad tajante,
a zarpazos de arcilla en rebeldía
presintiendo la edad del latrocinio desde este horror de cruenta empaladura,
esta infamia de vísceras abiertas.


Minerva Mirabal.

República Dominicana (La Cumbre)

El 25 de noviembre de 1960, Minerva Mirabal, defensora del ideal de un gobierno democrático, muere destrozada a golpes antes de ser arrojada a un precipicio dentro del vehículo en el que viajaba junto a dos de sus hermanas. Tenía 34 años.

Morir así,
de sangre estrangulada,
impulsada
a empellones
por sicarios que me conducen fuera del camino
para que no presencie el sacrificio de mis desventuradas compañeras
ni contemple sus crueles agonías.
Morir así,
de hueso machacado,
observando tus manos de verdugo consumar los rituales de la sombra,
ultimar mi esperanza en la espesura,
cumplir cada precepto de los odios con mazazos de furia desmedida.
Morir así,
de corazón marchito,
de desafiar las voces del tirano,
de promover lecturas que entretejan la pura resistencia de los sueños,
desvergonzadamente transeúnte de mis desvergonzadas rebeldías.
Morir así,
de libertad llameante,
cayendo a las entrañas del abismo en un vuelo de espanto amortajado,
culpable de atreverme a la defensa de tantos ideales prisioneros entre murallas de penitenciarías.
Morir así,
sintiendo que es inútil empecinar el llanto
o la plegaria
ante este ardor de brazos indefensos,
párpados tumefactos,
estertores,
gargantas taladradas por el vómito,
úlceras detonando en las mejillas.
Morir así,
sabiendo que es inútil,
en esta latitud del exterminio,
hallar otro refugio que el silencio
porque esta dignidad será estandarte
flameando en el lugar donde la infamia alza tu acantilada alevosía.
Minerva Mirabal,
ese es mi nombre.
Soy el rostro que rondará tus noches cuando las lunas del remordimiento desborden la orfandad de tus trincheras con la memoria de mis cicatrices.
Soy quien habitará tus pesadillas.


Rosa Lee Parks

Estados Unidos (Alabama)

El 1 de diciembre de 1955, Rosa Lee Parks, militante por los derechos de las personas de color, se niega a ceder su asiento de colectivo a un hombre blanco que se lo reclamaba en función de la ley. Tenía 42 años.

Regreso arrebujada en un cansancio que llega de otras lunas,
de otros tiempos,
de otras tumbas con nombres olvidados,
de otros pies mutilados por machetes,
de otras espaldas casi desolladas por la furia del látigo infamante.
Regreso arrebujada en un cansancio que llega de otros rostros,
de otras pieles,
de otro temblor de carne con gusanos padeciendo en la entraña de algún barco
antes de ser hundido en el oleaje como ofrenda al demonio de la sangre.
Regreso arrebujada en un cansancio que llega de otros días,
de otras muertes,
de otras mujeres rotas,
degradadas por la lujuria hipócrita del amo
y su crueldad de estupros,
sodomías,
prepotencias de falo amenazante.
El autobús recorre,
lentamente,
los tranquilos suburbios de Alabama
mientras me esfuerzo en recordar los sones de la canción de cuna que entonaba antes que me raptaran de mis sueños
y arrojaran al viento mi lenguaje;
antes que sometieran,
con cadenas,
la natural cadencia de mis pasos
antes que me prohibieran las miradas,
compartir las aceras,
la enseñanza,
yacer en el pesar de la fatiga sin abonar el diezmo de un ultraje.
Entonces miro al hombre que me mira reclamando una huella de obediencia
y escucho un no viniendo desde lejos,
un no seguro,
sólido,
prolijo,
capaz de cercenar cada cerrojo con filos de igualdad inexorable.
Y yo,
Rosa Lee Parks,
la costurera,
ante el asombro gris de los viajeros,
aguardo por la ley
y los garrotes
y las noches de cárceles estrictas
y el murmullo de un pueblo en movimiento reclamando sus hoscas libertades.