I Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"

Carmen Julia Holguín Chaparro (México)



(Chihuahua-México)(Albuquerque-Estados Unidos).
Ayudante de Cátedra Departamento de Español Universidad de Nuevo México.
Libro publicado: Ecografía septentrional.


Dios te salve María

I

Dios te salve María
de la noche infinita,
del silencio asfixiante,
de la palabra ultrajada.

Dios te salve María
del miedo de los otros,
de la negligencia de algunos,
de la indiferencia de tantos.

Dios te salve María
de la oración que no se reza,
de la acción que no se hace,
de la protesta que se calla.

Dios te salve María
de mi ausencia,
de nuestra distancia,
de su presencia.

II

Dios te salve María
y te libre de desgracias.
Mi corazón está contigo;
bendita tú eres,
como todas las mujeres
y bendito es tu vientre
con fruto o sin él.

III

Dios te salve María,
incluso
de tus mismo salvadores.



Libertad

Para Mary W.

Asumo por mi cuenta
el derecho que me niegan las historias
y rechazo
alimentar mis horas y mis ansias
con la manzana de Adán.

En su lugar
tomo la fruta prohibida
para jugar con ella al tiro al blanco
con el arma
que me dé más placer.

Nadie se atreva
a juzgarme,
a medirme con ninguna vara,
a aventarme ninguna piedra.
Yo pago el precio de mi estirpe
en dolorosas cuotas lunares
y me he ganado
mi tajada de libertad.

Plegaria

Me arrebataron mi nombre en el desierto
Juan,
garras de odio
me lo quitaron a jirones
y lo arrojaron entre los médanos congelados
de una noche sin luna.

Me lo hicieron pedazos
en medio de un silencio de siglos;
de horas infinitas
cargadas de dolor y humillación
ante cada sílaba ensangrentada
que se perdía en aquella oscuridad maldita.

No pude defenderlo
Juan,
maniataron mi aliento,
vendaron mi corazón,
amordazaron mis manos y mis piernas
y me lo arrancaron de a poquito,
disfrutando el despojo.

Cuando el sol despertó entre las dunas
me encontré sin nombre
y empecé a sentir el frío
que me abraza los huesos
y que no me deja incluso ahora,
a pesar de esta sábana blanca
que cubre los restos
de mi carne desorientada.

Estoy muy sola sin mi nombre
Juan,
durante días han desfilado
frente a mi rostro de cuencas vacías
mi padre y mi madre
y no han podido llamarme hija,
mis hermanos
y no han podido llamarme hermana,
mis hijos
y no han podido llamarme madre
porque no tengo nombre.

Tengo miedo del silencio eterno
Juan,
de que nadie pueda
volver a pronunciar mi nombre
desbaratado sobre la arena
que ahogó mi sueños.

Sálvame
Juan,
Nómbrame Ana, Luisa, Rosario
Yolanda.

Bautízame
Juan,
Llámame Clara, Rebeca
Lucía.

Ayúdame a decir presente
cuando Dios llame a todos sus hijos
por su nombre.

Lamento.

Rosario me dijo adiós con la mano;
sus dedos agitándose en el viento oscuro
son la última imagen que me dejó
después de esa mañana de sonrisa adormilada
Ana nunca volvió a casa,
la siguiente vez que vi sus manitas aterradas
Lorena estaba en la morgue,
reconocí a mi princesa de los domingos
por el anillo con su nombre: Demetrio.

Por lo demás,
aquel cuerpo informe
no me decía nada de aquella Elena de cantos
lavando la ropa en el patio de la casa,
no me hablaba de aquella chispa
que encendía la soledad.

Por lo demás,
aquel rostro ciego
no me miraba con los ojos de mi Lupita
frunciendo el ceño para llamarme la atención
cuando algo no le gustaba.
Por lo demás,
no parecía el cabello de mi Antonia
tan lleno éste de arena, de ramas secas,
de basura entremetida a la fuerza en aquél,
el de Rosa, tan peinado y brillante siempre
para lucirlo como a ella le gustaba
sobre su espalda, siempre derecha
a pesar del cansancio
por las largas jornadas en la maquiladora.

¡Ay! una madre no imagina nunca
cuando su bebé de 18, 24, 30 años
le dice adiós con su mano en el viento,
que jamás la volverá a escuchar
llegando del trabajo
dejándose caer en el raído sillón de la sala
cerrando los ojos a voluntad
para descansar unos segundos.

Una madre no puede pensar nunca
que su chiquita no volverá a cruzar el umbral
para darle uno de esos abrazos de sol
que entran con ella.
Una madre no entiende
el cuerpo inerte de Gloria sobre la plancha,
la cabeza de Sonia con las cuencas vacías,
el pecho de Andrea sin sus senos de niña.

Una madre que vive este mal sueño
jamás despierta de la pesadilla...

Juana me dijo adiós con la mano
y sonreía.

No hay comentarios: