I Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"

Pilar Romano (Argentina)


(Corrientes, Argentina) Poeta, narradora, periodista cultural.
Ex Secretaria de Cultura de la Provincia de Corrientes.
Libros publicados: *Inocencia Plenaria, *Azahares y fantasmas, *La plaza de los naranjos, *Tiempo de lavar.


La otra campana.

Una de las campanas sonaba diferente. Su tañido era violento, vivo, casi febril; no se asociaba con el ruego, la celebración o el lamento. Parecían haberse fundido en ese sonido la agonía y el rescate. No era fácil identificar a la campana irreverente. Sólo de a ratos, cuando sonaban unas pocas, era posible distinguir a la que pendía de un árbol pequeño, empeñado en florecer tempranamente.
…vengo a hablar de algo importante con usted, Doña Eulalia. La mujer había quedado atrapada entre la sorpresa y el temor, ante la visita de la maestra. –Inés tiene que seguir estudiando; a fin de año termina la primaria y sería una pena que se quede ahí. Es inteligente, disciplinada, sabe distinguir cuáles son las cosas importantes… no es fácil encontrar una chica así. Yo me sentiría culpable si no hiciera todo lo posible para que empiece la secundaria. Es el destino de Inés el que está en juego, Doña Eulalia.
Es el destino de Inés… esas palabras de la señorita Martha -¡qué linda era!- siempre le volvían a la mente; le parecía que las veía escritas, escritas en rojo y negro y la invadía una oscura envidia hacia sus hermanos. Porque su madre había respondido que no podía ser… que su hijo mayor ya estaba en la secundaria y al menor le faltaban dos años para empezar… que ella estaba sola para criar a los tres y alguien tenía que empezar a ayudarla…
-Inés Portillo, vaya usted a tocar la campana de recreo- dice la directora en tono casi pontificio al pasar por el aula del 6º A, al recordar que la portera se había retirado. Inés se sintió gratificada, distinguida. Miró a la señorita Martha y luego de su asentimiento irguió los hombros y bajó la cabeza para observar las tablas de su guardapolvo -¿por qué quedaría tan azul después de aquel enjuague que le daba su madre?-, se miró los zapatos: no estaban ni bien ni mal, algo gastados pero limpios. Y sus pechos ¿cuándo se harían notar, como en la mayoría de sus compañeras? Es que en ella todo tardaba en insinuarse o no se insinuaba nunca. Se sentía yendo adelante porque sí, sobre arenas movedizas. Los demás no le impedían existir, pero ignoraban su existencia. Los elegidos habían sido siempre los otros.
De algún modo, la designación de la directora la transportaba de la nada a la popularidad, sin escalas. Sintió ganas de orinar, sin embargo, salió del aula caminando con firmeza, esta vez, sobre tierra firme. Sería ella, Inés Portillo, quien diera la señal para que los alumnos y maestros de toda la escuela salieran al recreo. Y por elección de la directora.
La campana sonó con tañido débil. Aún así, los chicos irrumpieron en galerías y patios como si acabaran de librarlos de ataduras y mordazas.
La campana estaba en el pasillo de entrada. Allí quedó Inés, confusa e inmóvil, orinándose casi, mirando cómo el flaco del 6º Grado B la hacía sonar desmañadamente. Alguien se había adelantado a la orden del la directora, justo ese día. Pero Inés no quiso tenerse lástima, no quiso que los demás la miraran con los ojos piadosos con que ella se miraba. Fue apenas un instante, un lapso brevísimo en el que se produjo la mezcla de extraños elementos generadores. Y nació una nueva Inés.
Volvió al sector del aula soplándose las manos, como si le ardieran por tanto repique. Y con una actitud nueva, desconocida, se plegó a las corridas y a los empujones, como queriendo embriagarse de gente y de ruido.
-Che, ¿quién habla con la directora para que nos “larguen” un poco antes, así vemos el partido de la selección? Y era ella, aunque le hubiera correspondido a uno de los varones, la que se animaba. Se había convertido en un espejismo, sustituyéndose por una imagen. Logró disimular tanto su sentimiento de inferioridad, que creía haberlo abolido. Pero en algún rincón en su interior, sobrevivió siempre aquella niña atónita, de manos pequeñas y busto liso, mirando cómo el flaco del 6º B hacía sonar “su” campana.
Al final, su hermano menor quiso ser cura, pero no duró ni dos años en el seminario. “Fraile rebotado” le decían en el barrio. El otro llegó a maestro mayor de obras y se casó enseguida. Fue tarde para las ilusiones de Inés, pero no se dejó estropear por el zozobrante y desvaído clima familiar. Las palabras de la Señorita Martha, “es el destino de Inés el que está en juego”, se habían hecho fantasmales, lejanas, como si hubieran sido pronunciadas durante una guerra, temida, quizá, por invisible.
-¿Vieron que Inés no falta a ninguna de las reuniones?
-Ni a las asambleas-
-No habla, pero siempre está-
También iba a las marchas, asambleas y manifestaciones del gremio docente. Estas últimas elegían casi siempre la plaza ubicada frente a la casa de gobierno como lugar de concentración. Desde allí hacían oír sus reclamos a las autoridades de turno.
-Che, mirala a la portera, no se cansa de tocar la campana, no deja que la reemplacen- comentaba uno de los organizadores de la manifestación. Habían colocado campanas en los árboles de la plaza, haciéndolas sonar en forma ininterrumpida, relevándose unos a otros.
Inés parecía enajenada, tirando y tirando de la soga. Sus compañeros la rodeaban, admirados, alentándola algunos, otros instándola interrumpir su incansable repique. Las flores tempraneras del arbolito parecían caer desmayadas al piso, agobiadas por la contundencia del mensaje.
El tañido de aquellas campanas transportaba miles de pedidos y esperanzas.
Y la revancha tardía de Inés.

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